La gesta heroica de dos caciques que enfrentaron a los españoles será el tema de un musical en homenaje a los pueblos originarios, para la apertura de la Fiesta Nacional del Teatro, que se iniciará el 27 de mayo. Rafael Nofal, director del megaespectáculo y autor del texto, anticipó que la puesta se hará en Amaicha del Valle, al aire libre, con 100 actores (incluyendo a pobladores del lugar).

"Es una cantata, con música de Federico Falcón (Mano'e Mono). Ya estamos ensayando. Además de ese grupo canta Andrea Mamondes, una coplera joven, y el texto está basado en dos de los tres grandes levantamientos: uno dirigido por Juan Calchaquí y otro por Juan Chalimín -explicó Nofal-. Tomo el nombre de Juan para hablar de los aborígenes hoy. El 70% de los pueblos originarios vive hoy en el conurbano. En las villas. El Juan de hoy es albañil en una villa en Buenos Aires, o cartonero… El nombre de Juan va desde Juan Calchaquí hasta este Juan que es albañil y ayuda a construir una ciudad que no lo contiene. Él vive en las orillas. Los veo desde el balcón de mi casa. Están construyendo detrás un gran edificio y uno ve el obrero que llega en la motito y cuando termina vuelve a la villa. La música tiene alguna relación con el folclore pero son temas grosos, con mucha energía, y hay hasta rap andino".

Nofal, de extensa trayectoria como actor, dramaturgo y director teatral, comentó otro de sus proyectos para 2016:

"Con el Teatro Estable, en la segunda mitad del año, vamos a hacer Barranca Abajo, de Florencio Sánchez. Una versión que estoy escribiendo de esta gran tragedia nacional, que nunca fue suficientemente valorada -opinó-. Hay una tendencia a mirarla como un melodrama gauchesco, pero tiene toda la estructura de la tragedia (es la historia de un campesino al que un terrateniente expulsa de su finca y a partir de allí le ocurren desgracias que lo van destruyendo). Era tan trágico el final, que el autor escribió otro desenlace a pedido de José Podestá, que la estrena en 1905. En esa época era un tabú el tema del suicidio".

- ¿Cuáles de sus obras recientes le dieron más satisfacciones?
 
- El Rey Lear con el Teatro Estable, que me dio mucho placer en el proceso de la puesta; El Misachiquitito (de Maccarini) una pieza preciosa, cargada de símbolos que tienen que ver con lo norteño. Pero últimamente ando tratando de escribir más que dirigir. Se estrenó El tiempo de las mandarinas, que tuvo mucho éxito porque funcionó muy bien acá y me la piden de todos lados. Ahora se está haciendo en Venezuela, me volvieron a pedir los derechos en Perú, también de México.  Y un día su olor cambió, dirigida por Maccarini, que no anduvo muy bien de público pero recibió buenas críticas y dos premios Artea 2015 (mejor puesta local y mejor actriz, a Tuly López).

- ¿Qué opina de la vanguardia teatral y sus innovaciones?

- Hoy se puede hacer teatro con cualquier cosa. Si uno quiere puede poner en escena la guía telefónica. Tomás los nombres repetidos, el juego con las páginas amarillas, con los teléfonos institucionales... Y vas armando algo visual y sonoro con los actores. Hoy es absolutamente posible. Se hacen cosas como ésa y hay un público que va a verlas. A mí no me interesa, pero tengo idea de cómo se haría. Tiene que ver con lo posmoderno. Si va a perdurar o no, el tiempo lo dirá. El tiempo borra, borra, y queda lo esencial. Hay muchas modas, que son dominantes en su momento. Lo malo es que en Tucumán son modas de tercera mano. Hoy el under porteño, por ejemplo, está mirando a Alemania más que a Francia. Trabajan, incluso, en relación con festivales alemanes, vienen empapados de eso y lo hacen en el pequeño teatrito de San Telmo o de otros barrios. De ahí, diez años después se traslada a Tucumán. Este es un país colonizado en lo cultural. Resistirse a eso, te lleva la vida. En los 80, caída la dictadura, Bernarda Alba en el under se hacía de uniforme. Bernarda era un militar y sus hijas los soldados. Después empezaron a aparecer las Bernardas posmodernas, donde el texto se fragmentaba o se hacían otros cambios. En la versión que hicimos en el Estable, donde hay actrices espléndidas que pueden interpretar un texto clásico, me he dado algunos placeres, como el de transformar a la madre de Bernarda en un ser andrógino (la interpretó un hombre), que es la sensación que todos tenemos de la vejez.

- ¿Y la tendencia a incluir desnudos?

- Siempre me acuerdo de La Chunga, de Vargas Llosa, que la hicimos en el Teatro Alberdi hace unos 30 años. Había una escena de lesbianismo que en realidad no se veían más que las siluetas. Había desnudos que se insinuaban y terminaba. También en Canal Norte había un desnudo. Se hacen cuando es necesario. Lo mismo que el planteo del sexo sobre el escenario. Con La Chunga fue un escándalo, se publicaban cartas al director de gente enojada. Hoy ya es moneda corriente. Tanto, que uno no termina de saber si es necesario o no. Si hace falta a los fines del teatro, funciona, no molesta y no debería haber ningún problema. Si no, es gratuito y para vender.

 
- Hay una tendencia del público a preferir la comedia.

- Muchos dicen "bueno, para qué le vamos a dar drama a la gente si demasiado drama tienen en su casa. Cuando salga, que salga a relajarse". Ahí empiezan las discusiones. Yo creo que la gente va a ver sólo algunas comedias. Hoy no hay una gran cantidad de público de teatro. Sólo contadas obras pueden decir que tienen éxito. Eso significa 80 entradas el sábado y 40 o 50 el viernes. Lo normal es que hoy se haga una función por semana, dos meses, o sea ocho funciones al mes, dos o tres en gira, y se termina. En los 80 y hasta los 90 uno podía pensar en vivir del teatro. De la producción. Hoy no. Hoy se pagan los costos del montaje con el subsidio, y lo poco que entre en boletería es para tomar un café o cenar después de función. Recuerdo que en los 80 hice Mateo (de Armando Discépolo), alquilando la Biblioteca Alberdi. Los jueves teníamos 50 personas, los viernes 70 u 80, los sábados 160 y los domingos 70 u 80. Con ese tipo de recaudación podíamos pensar en serio en la posibilidad de vivir del teatro. A partir de los 90, con la llegada de los nuevos medios audiovisuales, hasta el cine se reconvirtió. El teatro también. 

- Actualmente se estrena una gran cantidad de obras.

- En promedio, unos 60 espectáculos por año. Pero a todos ellos juntos no llega a ir la cantidad de gente que iba a los 10 que se estrenaban en los 80. Ya no se pone el acento en la producción. Antes estrenaba dos o tres el Teatro Estable, y los otros seis o siete estrenos se distribuían en los grupos independientes. Por lo menos, con 30 funciones cada uno, y si había un éxito era de 80 funciones. Con El guiso caliente, de Oscar Quiroga, nosotros hicimos 83 funciones. Hoy se hacen 10 o 12, en una sala de 30 o 40 butacas. Hoy uno se pregunta qué hacen los chicos que egresan de la carrera de teatro de la UNT. Hacen teatro. Producen mucho. Estrenan esas 60 obras pero no pretenden vivir de la producción. Y apareció una especie de diversificación laboral interesante. Centros de salud mental o geriátricos o de atención de niños, requieren teatro. Ni contar todas las escuelas secundarias. Hay muchos que hacen eventos, animan fiestas con sus personajes… Hay una reconversión hacia muchas actividades relacionadas con lo teatral.

- Antes había grupos teatrales con continuidad en el tiempo.

- Uno se juntaba por afinidades ideológicas, que daban como consecuencia afinidades estéticas. Hoy nadie quiere juntarse comprometidamente. No hay una ideología que sostenga esa unión grupal que había antes. Todos trabajan en varios grupos a la vez. Que no son grupos sino elencos concertados. Habría que preguntarles qué sienten al trabajar en algo de lo que saben que no van a vivir y para lo que se formaron durante años. Son chicos que han estudiado en serio para esto. Se han pasado años en la facultad. 

El teatro rendirá homenaje a la lucha del pueblo calchaquí con una cantata

Rafael Nofal es autor y director del megaespectáculo que se hará en los Valles, con música de Mano'e Mono. El arte escénico, ayer y hoy

La gesta heroica de dos caciques que enfrentaron a los españoles será el tema de un musical en homenaje a los pueblos originarios, para la apertura de la Fiesta Nacional del Teatro, que se iniciará el 27 de mayo. Rafael Nofal, director del megaespectáculo y autor del texto, anticipó que la puesta se hará en Amaicha del Valle, al aire libre, con 100 actores (incluyendo a pobladores del lugar). "Es una cantata, con música de Federico Falcón (Mano'e Mono). Ya estamos ensayando. Además de ese grupo canta Andrea Mamondes, una coplera joven, y el texto está basado en dos de los tres grandes levantamientos: uno dirigido por Juan Calchaquí y otro por Juan Chalimín -explicó Nofal-. Tomo el nombre de Juan para hablar de los aborígenes hoy. El 70% de los pueblos originarios vive hoy en el conurbano. En las villas. El Juan de hoy es albañil en una villa en Buenos Aires, o cartonero… El nombre de Juan va desde Juan Calchaquí hasta este Juan que es albañil y ayuda a construir una ciudad que no lo contiene. Él vive en las orillas. Los veo desde el balcón de mi casa. Están construyendo detrás un gran edificio y uno ve el obrero que llega en la motito y cuando termina vuelve a la villa. La música tiene alguna relación con el folclore pero son temas grosos, con mucha energía, y hay hasta rap andino".

Nofal, de extensa trayectoria como actor, dramaturgo y director teatral, comentó otro de sus proyectos para 2016:

"Con el Teatro Estable, en la segunda mitad del año, vamos a hacer Barranca Abajo, de Florencio Sánchez. Una versión que estoy escribiendo de esta gran tragedia nacional, que nunca fue suficientemente valorada -opinó-. Hay una tendencia a mirarla como un melodrama gauchesco, pero tiene toda la estructura de la tragedia (es la historia de un campesino al que un terrateniente expulsa de su finca y a partir de allí le ocurren desgracias que lo van destruyendo). Era tan trágico el final, que el autor escribió otro desenlace a pedido de José Podestá, que la estrena en 1905. En esa época era un tabú el tema del suicidio".

- ¿Cuáles de sus obras recientes le dieron más satisfacciones?

- El Rey Lear con el Teatro Estable, que me dio mucho placer en el proceso de la puesta; El Misachiquitito (de Maccarini) una pieza preciosa, cargada de símbolos que tienen que ver con lo norteño. Pero últimamente ando tratando de escribir más que dirigir. Se estrenó El tiempo de las mandarinas, que tuvo mucho éxito porque funcionó muy bien acá y me la piden de todos lados. Ahora se está haciendo en Venezuela, me volvieron a pedir los derechos en Perú, también de México.  Y un día su olor cambió, dirigida por Maccarini, que no anduvo muy bien de público pero recibió buenas críticas y dos premios Artea 2015 (mejor puesta local y mejor actriz, a Tuly López).

- ¿Qué opina de la vanguardia teatral y sus innovaciones?

- Hoy se puede hacer teatro con cualquier cosa. Si uno quiere puede poner en escena la guía telefónica. Tomás los nombres repetidos, el juego con las páginas amarillas, con los teléfonos institucionales... Y vas armando algo visual y sonoro con los actores. Hoy es absolutamente posible. Se hacen cosas como ésa y hay un público que va a verlas. A mí no me interesa, pero tengo idea de cómo se haría. Tiene que ver con lo posmoderno. Si va a perdurar o no, el tiempo lo dirá. El tiempo borra, borra, y queda lo esencial. Hay muchas modas, que son dominantes en su momento. Lo malo es que en Tucumán son modas de tercera mano. Hoy el under porteño, por ejemplo, está mirando a Alemania más que a Francia. Trabajan, incluso, en relación con festivales alemanes, vienen empapados de eso y lo hacen en el pequeño teatrito de San Telmo o de otros barrios. De ahí, diez años después se traslada a Tucumán. Este es un país colonizado en lo cultural. Resistirse a eso, te lleva la vida. En los 80, caída la dictadura, Bernarda Alba en el under se hacía de uniforme. Bernarda era un militar y sus hijas los soldados. Después empezaron a aparecer las Bernardas posmodernas, donde el texto se fragmentaba o se hacían otros cambios. En la versión que hicimos en el Estable, donde hay actrices espléndidas que pueden interpretar un texto clásico, me he dado algunos placeres, como el de transformar a la madre de Bernarda en un ser andrógino (la interpretó un hombre), que es la sensación que todos tenemos de la vejez.

- ¿Y la tendencia a incluir desnudos?

- Siempre me acuerdo de La Chunga, de Vargas Llosa, que la hicimos en el Teatro Alberdi hace unos 30 años. Había una escena de lesbianismo que en realidad no se veían más que las siluetas. Había desnudos que se insinuaban y terminaba. También en Canal Norte había un desnudo. Se hacen cuando es necesario. Lo mismo que el planteo del sexo sobre el escenario. Con La Chunga fue un escándalo, se publicaban cartas al director de gente enojada. Hoy ya es moneda corriente. Tanto, que uno no termina de saber si es necesario o no. Si hace falta a los fines del teatro, funciona, no molesta y no debería haber ningún problema. Si no, es gratuito y para vender.

- Hay una tendencia del público a preferir la comedia.

- Muchos dicen "bueno, para qué le vamos a dar drama a la gente si demasiado drama tienen en su casa. Cuando salga, que salga a relajarse". Ahí empiezan las discusiones. Yo creo que la gente va a ver sólo algunas comedias. Hoy no hay una gran cantidad de público de teatro. Sólo contadas obras pueden decir que tienen éxito. Eso significa 80 entradas el sábado y 40 o 50 el viernes. Lo normal es que hoy se haga una función por semana, dos meses, o sea ocho funciones al mes, dos o tres en gira, y se termina. En los 80 y hasta los 90 uno podía pensar en vivir del teatro. De la producción. Hoy no. Hoy se pagan los costos del montaje con el subsidio, y lo poco que entre en boletería es para tomar un café o cenar después de función. Recuerdo que en los 80 hice Mateo (de Armando Discépolo), alquilando la Biblioteca Alberdi. Los jueves teníamos 50 personas, los viernes 70 u 80, los sábados 160 y los domingos 70 u 80. Con ese tipo de recaudación podíamos pensar en serio en la posibilidad de vivir del teatro. A partir de los 90, con la llegada de los nuevos medios audiovisuales, hasta el cine se reconvirtió. El teatro también.

- Actualmente se estrena una gran cantidad de obras.

- En promedio, unos 60 espectáculos por año. Pero a todos ellos juntos no llega a ir la cantidad de gente que iba a los 10 que se estrenaban en los 80. Ya no se pone el acento en la producción. Antes estrenaba dos o tres el Teatro Estable, y los otros seis o siete estrenos se distribuían en los grupos independientes. Por lo menos, con 30 funciones cada uno, y si había un éxito era de 80 funciones. Con El guiso caliente, de Oscar Quiroga, nosotros hicimos 83 funciones. Hoy se hacen 10 o 12, en una sala de 30 o 40 butacas. Hoy uno se pregunta qué hacen los chicos que egresan de la carrera de teatro de la UNT. Hacen teatro. Producen mucho. Estrenan esas 60 obras pero no pretenden vivir de la producción. Y apareció una especie de diversificación laboral interesante. Centros de salud mental o geriátricos o de atención de niños, requieren teatro. Ni contar todas las escuelas secundarias. Hay muchos que hacen eventos, animan fiestas con sus personajes… Hay una reconversión hacia muchas actividades relacionadas con lo teatral.

- Antes había grupos teatrales con continuidad en el tiempo.

- Uno se juntaba por afinidades ideológicas, que daban como consecuencia afinidades estéticas. Hoy nadie quiere juntarse comprometidamente. No hay una ideología que sostenga esa unión grupal que había antes. Todos trabajan en varios grupos a la vez. Que no son grupos sino elencos concertados. Habría que preguntarles qué sienten al trabajar en algo de lo que saben que no van a vivir y para lo que se formaron durante años. Son chicos que han estudiado en serio para esto. Se han pasado años en la facultad.